Vidas paralelas
Viendo la estampa del nuevo Benedicto XVI en el bacón de la plaza de San Pedro no pude evitar acordarme de otra figura papal de hace quinientos años. La Historia gusta de simetrías y cinco siglos después de la Contrarreforma, la Iglesia a vuelto a escoger a un representante del ala dura como Sumo Pontífice. El Papa al que me refiero era Giovanni Pietro Caraffa, que pasó a la posteridad con el nombre de Pablo IV. Igual que Ratzinguer, Caraffa fue el máximo representante del organismo que velaba por la pureza de la fé: la Inquisisción. Era un hombre anciano cuando accedió a la vicaría de Cristo en la Tierra, caracterizándose toda su vida por intrigas palaciegas y alta política. Ratzinguer, a su vez, fue el hombre que Juan Pablo II mandó a sofocar la tormenta latinoamericana que representó la Teología de la Liberación. Caraffa, del mismo modo, fue el escogido por el Papa Julio II para hacer frente al poder omnipresente de Carlos V, a la rebelión protestante y a las voces conciliadoras de la Iglesia encarnadas en la figura del cardenal inglés reginal Pole.
Caraffa y Ratzinguer representan una Iglesia incapaz de adaptarse a los tiempos. Una institución que únicamente acepta la reforma sólo cuando ésta es vital para su propia existencia--aunque nunca renunciando al dogma--. Una vez más, ante el signo de los tiempos, el catolicismo opta por la jugada que mejor se le da: el enroque.
Hans Beimler
Caraffa y Ratzinguer representan una Iglesia incapaz de adaptarse a los tiempos. Una institución que únicamente acepta la reforma sólo cuando ésta es vital para su propia existencia--aunque nunca renunciando al dogma--. Una vez más, ante el signo de los tiempos, el catolicismo opta por la jugada que mejor se le da: el enroque.
Hans Beimler
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